Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1872 (2ª) (Cortes de 1872)
Sesión: 1 de mayo de 1872
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Castelar, y discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 1, 77 a 80
Tema: Acta de Sevilla

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Protesto de que no ha sido mi ánimo ofender y de que si se me hubiera permitido concluir el pensamiento....

(Murmullos prolongados.)

El Sr. PRESIDENTE: Ruego a los Sres. Diputados que no me pongan en el caso de levantar la sesión.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Protesto, repito, de que no ha sido mi ánimo ofender a ningún Sr. Diputado, ni de mis palabra, que no terminaron la idea, puede desprenderse ofensa ninguna para nadie.

(Varios Sres. Diputados; Sí, sí.)

(Otros: No, no.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden; es preciso oír al orador.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores, yo he dicho que el Sr. Castelar, que es una celebridad en España y en Europa, que es un brillantísimo orador: que es una eminencia para mí, y para España y para Europa, la más culminante del, partido republicano, no podía luchar por uno de los dos distritos donde puede luchar el partido republicano en Madrid, porque si se hubiera propuesto hacerlo le hubiera vencido un republicano como el Sr. Galiana o como el Sr. Estébanez.

(Varios Sres. Diputados: No ha dicho V. S. eso. Ya lo veremos.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, orden.

El Sr. GALIANA: Quisiera que tuviera S. S. el valor del crimen.

El Sr. PRESIDENTE: El Ministro está explicándose; deben oírlo todos los interesados que son de oposición, y debe oírlo sobre todo el principal interesado aludido. Continúe V. S .

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo doy con mucho gusto estas explicaciones, porque cuando no trato de ofender a nadie, no deseo que nadie se dé por ofendido. Yo decía que si el Sr. Castelar se presentara por uno de los distritos de Madrid en que puede luchar el partido republicano, sería vencido por otro republicano que no tuviera las condiciones que el Sr. Castelar; y me parece que en esto no podía haber ofensa para el Sr. Galiana. Este fue el espíritu de mis palabras, y no podía ser otro; y si otra cosa hubiera tratado de decir, lo hubiera dicho; pero no fue mi propósito dirigir a nadie ofensa de ninguna especie. ¿Puede ofenderse un Diputado republicano de que yo no crea que es tan eminente como el Sr. Castelar? El que yo crea que el Sr. Galiana no lo es tanto como el Sr. Castelar, ¿puede ofender a S. S.? Yo no he querido ofenderle, creo que no le he ofendido; pero si esto le ofende a S. S., desde luego le igualo al Sr. Castelar en elocuencia, en antecedentes políticos y en celebridad. Deseo, pues, que el Sr. Galiana, que sin duda por haber oído mal, se ha exasperado un poco, se tranquilice con las explicaciones que acabo de dar completando mi pensamiento, y vuelvo a la elección de Sevilla.

El Sr. Castelar no comprende cómo Sevilla, donde tanta importancia habían adquirido las ideas republicanas, ha elegido Diputado al Presidente del Consejo de Ministros y no ha elegido a ningún republicano. Pues yo se lo voy a explicar a S. S. muy sencillamente. Había en Sevilla al principio de la revolución muchos ciudadanos, que creyeron que la forma republicana podía establecerse para el Gobierno de este país; pero al ver las consecuencias que traían sus predicaciones, al ver los funestos efectos que esas predicaciones producían, acarreando conflictos y desgracias como los que presenció Andalucía, se hicieron monárquicos y han votado en concepto de tales. (Risas.) Ríanse cuanto quieran S. SS., pero yo se lo voy a demostrar. Supone el Sr. Castelar que ha habido gran retraimiento en las elecciones de Sevilla, y que ese retraimiento ha tenido lugar a consecuencia de la constitución de la Diputación provincial en primer término, y después a consecuencia de la elección del Ayuntamiento. Pues bien: yo puedo decir a S. S. que la constitución de la Diputación provincial tuvo lugar dentro de la ley, y que la constitución del Ayuntamiento se hizo antes de que la Diputación provincial anterior fuese disuelta en parte, aunque S. S. supone que la tal disolución se hizo para preparar las elecciones de Ayuntamiento, porque esta tarde el señor Castelar ha tenido la desgracia de exagerarlo y equivocarlo todo. Pues bien: en Sevilla todos los partidos [77] políticos se disponían a la lucha, y con efecto han luchado hasta pocas horas antes de empezar la elección. ¿Y sabe S. S. por qué los republicanos no acudieron a las elecciones, a pesar de estar preparados a la lucha, y de estar dispuestos a tomar parte en las elecciones? ¿Sabe S. S. por qué los republicanos se retrajeron momentos antes de empezar la elección? Porque al formarse las mesas, vieron que la mayor parte de los presidentes que ellos consideraban como republicanos, eran monárquicos; y yo, Diputado por el distrito de la Magdalena, y que considero como una grande honra el haber sido elegido en él, puedo asegurar a S. S. que de treinta y tantos presidentes de mesas, 27 eran antiguos republicanos.

Y le voy a decir más todavía al Sr. Castelar. Eran antes tan republicanos esos mismos que ahora son monárquicos, que hicieron lo que muchos aconsejan y no hacen. En la última sublevación republicana que ha habido en Sevilla tomaron una parte muy activa, y precisamente el presidente del colegio electoral en que he tenido más votos en ese distrito, ha sido un ciudadano que fue condenado a muerte con motivo de esa misma sublevación.

Ahora bien: ¿qué culpa tiene de esto el Gobierno? ¿Qué culpa tiene el Gobierno de que los republicanos de Sevilla se hayan desengañado de S. SS. y se hayan hecho monárquicos? ¿Qué culpa tiene el Gobierno de que aquellos republicanos hayan creído que no puede establecerse en España la forma republicana? ¿Y qué extraña a S. S. este fenómeno, este cambio? Pues prepárese S. S. a sufrir muchos mayores desengaños, porque esa misma transformación que ha tenido lugar en Sevilla, esa misma transformación que tanto extraña a S. S., se está verificando también en toda Andalucía, en Cataluña, y en casi todas las provincias de España, y será completa dentro de muy poco tiempo.

En las elecciones de Sevilla no ha habido absolutamente ninguna protesta, ninguna reclamación, y todos los electores estuvieron preparados a luchar hasta el momento mismo de empezar las elecciones. Sólo cuando empezó la elección de las mesas, sólo cuando se enteraron de la organización que el partido monárquico tenía, sólo cuando los coaligados adquirieron la convicción de que tenía una mayoría inmensa en las elecciones, sólo cuando vieron que se habían hecho monárquicos muchos de los que tenían como republicanos, se retiraron de la lucha, sin que hubiese protesta de ningun género, sin que se dijese una sola palabra sobre los actos que habían tenido lugar, ni mucho menos sobre los que S. S. ha soñado en su calenturienta imaginación, suponiendo que la Diputación provincial de Sevilla, disuelta en parte con arreglo a la ley, lo fue con el objeto de preparar las elecciones de Ayuntamientos, siendo así que esa disolución tuvo lugar después de hechas las elecciones municipales.

Aquella Diputación fue disuelta cuando debía serlo, cuando faltó a la ley; y el Gobierno lo declara aquí con esta ocasión, que no permitirá que ni un particular ni las corporaciones falten a la ley sin que lleven inmediatamente el correctivo.

Supone el Sr. Castelar que aquel acto fue ya una preparación para mi elección en Sevilla. ¡Si no había yo pensado jamás en ir á Sevilla para ser elegido! La Diputación de Sevilla fue disuelta porque debía serlo: y hubiera incurrido en responsabilidad el Ministro de la Gobernación si no la hubiera disuelto, destituyendo conforme a la ley, a aquellos diputados que faltaban a la misma a sabiendas y arbitrariamente, y entregándolos, como están entregados, a los tribunales.

Pero el Sr. Castelar, imaginando ilegalidades que no existen en aquella elección, ha supuesto también que el gobernador que hoy hay allí fue nombrado ad hoc para las elecciones. Sr. Castelar, si lleva de gobernador allí mucho más de un año; si es además un gobernador dignísimo, que se ha conducido muy bien en otras provincias, y que como premio a sus servicios administrativos se le llevó a Sevilla! . . ¿Cómo había yo de calcular hace más de un año que iba yo a ser elegido por uno de los distritos de Sevilla? ¿Cómo había yo de preparar la elección con tanto tiempo de anticipación? ¿O es que cree S. S. de buena fe, que yo no tengo distrito por donde venir elegido Diputado? Prescindiendo de la posición que ocupo, ¿cree S. S. que no tengo distrito que representar? (Una voz. Hoy, no.) No lo cree eso S. S. con sinceridad.

En las elecciones de Sevilla no ha ocurrido, y bueno es que se sepa, nada de cuanto ha dicho el Sr. Castelar referente a violencias y arbitrariedades, que ha soñado, pintándolas como ha tenido por conveniente, y para eso tiene S. S. un pincel maestro; y por de pronto lo que resulta es, que ni anterior ni posterior a la votación existe una sola protesta. Pues si no tienen protesta ninguna; pues si las actas están limpias; pues si hay un censo electoral que no lo tiene superior ninguna población de España; pues si no ha podido probar nada de esto, ¿para qué se ha metido tanto ruido, y toma S. S. por pretexto para pronunciar uno de sus magníficos discursos las actas de Sevilla?

¿Por qué? Porque yo he sido elegido allí Diputado, y soy el Presidente del Consejo de Ministros. Gran delito para S. S., porque S. S. hubiera deseado, ya que no tiene otros medios, que yo hubiera dejado de ser Ministro indirectamente, dejando de ser Diputado. Pues S. S. deseará lo que quiera, pero eso no importa para que vea visiones en las elecciones de Sevilla. Deséelo S. S. en buen hora, pero no le lleve a S. S. el tal deseo a esas aspiraciones y a imaginar lo que no existe: deséelo; ponga los medios para satisfacer su deseo, pero por lo menos deje las cosas que han pasado sin que tengan nada de particular, y no trate de pintárnoslas aquí como cosas extraordinarias. Repito, pues, por centésima vez, que en Sevilla no ha ocurrido nada; que si hay elecciones libres, legales y legítimas, aquí y en ningun país no son ni más libres, ni más legales, ni más justas que las que han tenido lugar en Sevilla.

Dejo la segunda parte del discurso de S. S., porque ha de haber ocasión oportuna para que la dilucidemos así que el Congreso esté constituido, y voy simplemente a decir unas cuantas palabras respecto a las consecuencias funestas que ha traído la política que el Gobierno ha seguido en la cuestión electoral. Su señoría ha pintado con tan negros colores esas consecuencias, que casi, casi, ha venido a decir que la sublevación carlista es debida a la conducta del Gobierno en la cuestión electoral. (Una voz: Indudablemente.) ¡Indudablemente! Sólo me faltaba ya eso. Esas consecuencias que S. S. prevé, vendrían sin duda alguna si tuvieran lugar las premisas que S. S. ha sentado; pero como las premisas son perfectamente falsas, no pueden venir esas consecuencias.

Es verdad que se han cometido esas violencias, que ha habido arbitrariedades, y que han tenido lugar hasta delitos. Pero ¿quién los ha cometido? ¿Pueden esas arbitrariedades, esas violencias, esos delitos atribuirse ni al Gobierno, ni a las autoridades, ni a sus agentes, ni a [78] la política, ni al sistema que el Gobierno haya adoptado? ¿Por dónde ni cómo? Como sistema, y respecto al carácter general de las elecciones, no han presentado ningunas elecciones un carácter más favorable a la legalidad.

Que ha habido hechos aislados en algunos distritos. Pues ¿cómo no los ha de haber cuando se trata de unas elecciones por sufragio universal, de unas elecciones que se hacen en todos los Ayuntamientos de España a la vez, en muchos de los cuales ni siquiera ha podido constituirse la mesa por no encontrar secretarios que sepan leer ni escribir, y en la mayor parte de los cuales las mesas electorales no tienen fuerza para sostener sus acuerdos, por la falta de autoridad moral de los presidentes, única autoridad que en aquel momento hay en el local donde se elige a los representantes del país?

Pero esas arbitrariedades, ¿pueden atribuirse al Gobierno? (Una voz: Sí.) ¿Sí, decís? Mejor podéis atribuirlas a los que no han tenido escrúpulos en pasar por coaliciones que son en sí un verdadero desmán.

Ha citado S. S. unos cuantos hechos electorales que atribuye a las autoridades. Pues yo voy a citar otros que son de las oposiciones.

Han ocurrido en todos terrenos, de todos modos, antes de entrar en el colegio electoral, después de entrar en el colegio electoral, y por último, cuando se sale del colegio electoral, en las juntas de escrutinio. Colegio electoral ha habido donde la oposición, compuesta de carlistas y republicanos, ha sido tan intolerante, que ha marcado con una raya un límite a la puerta del colegio electoral, y ha impedido, puñal en mano, que pase de aquella raya ningun elector que no fuera a votar al candidato de oposición. En las capitales más importantes la autoridad ha tenido que presenciar impasible, para que no se creyera que quería tomar medidas coercitivas con los electores, que los candidatos adictos al Gobierno se volvieran desde las puertas de los colegios electorales, porque a la entrada de estos había una masa tal de electores, que no les dejaban pasar, y con insultos, con amenazas, con denuestos, les obligaban a las puertas a retirarse a sus casas. (Varios Sres. Diputados republicanos: ¿Dónde?) En Madrid. (El Sr. García López: En la Plaza de Toros, donde no dejasteis votar libremente a los electores por medio de la Guardia civil.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, orden.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Otro más. Gana la oposición toda la mesa: toman asiento los elegidos, y el presidente, antes de abrir la votación, pide una vela, la enciende y abre la urna. Llega el primer elector con su papeleta doblada, el presidente la coge, e impasible y muy tranquilamente la abre; ve que el voto es para el candidato de oposición, que era carlista, y carlista también el presidente, la dobla con mucha tranquilidad y la introduce en la urna. Llega un segundo elector, y el presidente hace la misma operación; ve que la papeleta era para el candidato adicto al Gobierno, y con una tranquilidad y una sangre fría de que no hay ejemplo, enciende la papeleta en la vela, y saca otra de su bolsillo con el nombre del candidato de oposición, y la mete en la urna. El elector protesta, le amenaza el presidente con llevarle a la cárcel: Calla, la votación sigue tranquilamente: no calla, pues el elector va a la cárcel.

Pues todos estos hechos comprobados están, y si muchos de ellos no lo han sido, es porque los candidatos adictos, habiendo triunfado, no han querido manchar su elección con las lágrimas que tenían que hacer derramar a las familias de esos ciudadanos, indignos del derecho electoral.

Eso sucede en un pueblo pequeño, en efecto; pero vamos a un pueblo grande, a un pueblo importante. En Morón, pueblo de la provincia de Sevilla, la oposición gana todas las mesas: y los presidentes y los secretarios de ellas, que todos son de oposición, hacen mejor y con menos trabajo la operación: se contentan con decir: " somos los dueños de esto, pues vamos a arreglarlo a nuestro gusto:" y en lugar de votar, no se vota, sino que se consideran como lista de votantes las listas electorales, sin tener siquiera la precaución de alterar el orden alfabético con que las últimas están escritas.

Otro hecho. En un distrito de Cataluña luchan dos candidatos, uno adicto al Gobierno, persona importante en aquel distrito, que lo ha representado varias veces; otro, candidato nuevo. En la elección resultan 1.500 votos a favor del candidato adicto sobre el candidato de oposición. Pero llega el día del escrutinio. Según la ley, sino hay juez de primera instancia en el punto donde se hace el escrutinio, debe presidir la junta de escrutinio el juez Municipal. Pero el alcalde era carlista, y era carlista también el candidato de oposición: llega la hora de celebrarse la junta de escrutinio, y al querer presidir el juez municipal el escrutinio, le dice el alcalde: " donde está el alcalde, no preside nadie; el presidente soy yo." Protesta el juez municipal; no hay protesta: insiste, y el juez municipal es echado del local; protestan otros electores amigos del candidato del Gobierno, y todos son arrojados de allí hasta por la misma fuerza pública, que tiene que obedecer al alcalde, y que el alcalde tenía disponible; y cuando echan a los amigos del Gobierno, cierran las puertas y proclaman Diputado al candidato contrario al Gobierno, que tenía 1.500 votos menos que el otro. (Un Sr. Diputado: Eso es cuestión de forma.)

Ni en la forma ni en el fondo ha reparado la oposición, Y eso es natural, Sres. Diputados. Los que no tienen reparo en hacer lo que han hecho, los que no han tenido reparo en unirse para la lucha electoral a sus enemigos más encarnizados, ¿qué reparo habían de tener después en cometer todo género de desmanes, a fin de encubrir de algún modo la vergüenza de una combinación semejante? Pues qué, cuando entre esa coalición había un partido que estaba minando el terreno para alzarse en armas y echarse al campo, como se hubiese echado antes de las elecciones o al mismo tiempo que se verificaban, si no hubiera sido porque se le brindó con una cosa con la que jamás pudo soñar, cuando entre esa coalición había un partido que no ha vacilado en encender la guerra civil, ¿qué extraño es que durante las elecciones haya cometido todos esos crímenes y atentados, aunque no sea más que para desacreditar un sistema contra el cual se iba a levantar pocos días después?

Señores, ¡desmanes por parte del Gobierno! El Gobierno ha visto con gran serenidad y con gran templanza la monstruosa coalición que se formaba, habiendo dentro de la coalición personas que se han aprovechado para poder triunfar mejor, de la sombra y del apoyo de los que se decían más amigos de las instituciones. Sin embargo, el Gobierno no ha perdido ni por un momento su serenidad y su templanza, ni se ha salido de los medios que la ley le da.

Allí donde las oposiciones han podido triunfar, han triunfado; y allí donde no han podido triunfar, en muchos puntos han triunfado también, gracias a sus violencias y a sus coacciones. [79]

Pero el Sr. Castelar, que no se ha contentado con repetirnos hoy lo que ya nos ha dicho en otras ocasiones, ha querido sacarnos aquí a plaza una circular, que supone dada por el Gobierno en las elecciones anteriores. ¿No es en las elecciones anteriores? (El Sr. Castelar: No lo supongo yo; lo suponen otros.) Pues yo niego rotundamente esa circular; la niego en absoluto, y si hay un gobernador que fue, que siendo una circular secreta del Gobierno, viene después, porque no es gobernador, a darla publicidad, recomiendo a S. S. ese gobernador por digno para cuando S. S. sea Gobierno.

¿Es verdad la circular? ¿Le pareció mal a ese que entonces era gobernador, y que dice S. S. era mi amigo? Pues entonces, ¿por qué no renunció su puesto? Entonces, ¿por qué no protestó contra el Gobierno? ¿Es que ahora, habiendo él contribuido a llevar a cabo esa circular, viene a denunciar al Gobierno? Pues es indigno funcionario, y es hasta indigno ciudadano. Pero en último caso, Sr. Castelar, si esa circular fuera cierta, no sería cargo a este Gobierno; sería cargo al Gobierno de que yo formaba parte; y yo puedo decir muy alto, lo pueden decir todos los compañeros que conmigo componían aquel Gobierno, que yo no hice nada, absolutamente nada, que no fuera discutido y resuelto por todos mis compañeros.

Y no tengo más que decir de esto, pues me basta con lo dicho para demostrar, por de pronto, que S. S. ha tomado como pretexto las elecciones de Sevilla para hablarnos de elecciones, y pronunciar el discurso de todas las legislaturas; pero que en Sevilla no ha ocurrido nada de particular; que se han hecho las elecciones con arreglo a la ley; que respecto a las violencias, a las arbitrariedades y abusos que S. S. supone cometidas en el resto del país, S. S. no ha citado ni un hecho concreto siquiera; y si hay algunos hechos de los que denuncia S. S. en abstracto, concrételos, que si son verdad, ya pueden los autores defenderse ante los tribunales. Ahí tenéis los tribunales: acudid a ellos contra los que han faltado a la ley. Cuando estos hechos son tan concretos, cuando se pueden probar de la manera que se prueba lo que es tan evidente como la luz del día, entonces ¿qué inconveniente tenéis en llevarlos á los tribunales de justicia, como muchos de los Diputados de la mayoría han hecho con los que han cometido atropellos, en lo cual otros muchos no quieren imitarles, por no hacer derramar lágrimas a muchas familias y mancharse con la desgracia de los que no saben ser buenos ciudadanos?

El carácter general de las elecciones que han tenido lugar, y que han dado por resultado tanto este Congreso como el Senado, es perfectamente legal, y es favorable precisamente a las conquistas de la revolución, porque él ha demostrado que el país va siendo digno de la libertad, a pesar de las predicaciones de muchos insensatos, puesto que no sólo no ha ocurrido ningún hecho más desagradable que los que ocurrieron en elecciones anteriores, sino que, si se compara lo que ha ocurrido en España con lo que sucede en otros países que tienen el sufragio universal, y en los que no lo tienen, hemos de quedar los españoles en moderación y templanza por encima de esos países.

No han ocurrido más desmanes; no han ocurrido más desgracias; no han ocurrido cosas más desagradables que las que ocurren en estos grandes actos políticos en los demás países.

Consulten, pues, los Estados-Unidos, que tan de modelo suelen servir para los señores de enfrente; comparen lo que allí pasa con lo que pasa en España, no obstante que allí el sufragio no tiene la amplitud que aquí, porque tiene limitaciones que aquí no existen, y verán cómo en España no ha pasado nada de particular que no ocurra en otros países en casos análogos. Si S. S. nos ha dicho que los gobernadores en épocas electorales prescinden de la administración, como prescinden de todo para hacer elecciones y para cometer todo género de arbitrariedades, no sabe bien entonces el Sr. Castelar lo que hacen los gobernadores de los Estados-Unidos; y ya que no por el Gobierno, y ya que no por el partido que represento, al menos por el país, no deben denunciarse hechos evidentemente falsos, ni inventarse cosas desagradables, que bastantes cosas desagradables tenemos sin necesidad de que se inventen para deshonra nuestra en el extranjero.

Yo protesto, pues, contra esa idea de que las elecciones en España no han sido perfectamente legales, y protesto contra esas manifestaciones de amaños y de violencias, porque no son verdad esos amaños y esas violencias. Han ocurrido en algunos distritos hechos desagradables; pero es natural, es indispensable, es lo que trae consigo el juego libre de las instituciones; son, en una palabra, un inconveniente, de los que nos habláis muchas veces que tiene la libertad; pero esos inconvenientes, esas violencias cometidas, no han sido mayores en España que en los países que vosotros tenéis como muy libres y que nos presentáis aquí como modelo.

Resignaos, pues, con vuestra suerte. Habéis sido vencidos en buena lid, pero habéis sufrido un gran desengaño. Creíais que con esa monstruosa coalición ibais a arrollar al Gobierno y al país. ¿Y cómo no lo habíais de creer, si tenía cada cual de los coaligados la pretensión de arrastrar consigo al país entero?

Los republicanos creían que el país era republicano, y que ellos solos se bastaban para someterá los demás partidos; los carlistas creían también que el país era carlista y que su partido predominaría sobre los demás: los radicales, nos lo han dicho muchas veces, creían que eran el país, y los moderados no creían que eran el país, pero creían que de la amalgama habían de sacar más fruto que el que hubieran sacado aisladamente. Supongo que no creerán los moderados que son el país, porque ni aun con la coalición han podido traer un Diputado más de los que trajeron la vez pasada; han traído menos: de manera que antes todavía nos presentaron una muestra regular; ahora es una muestra tan insignificante, que valía más que no la hubieran traído.

Pues bien; si había tres partidos que se hacían la ilusión de que eran el país, los tres reunidos dijeron: no hay país que nos resista. Pues os hemos resistido, y no hemos hecho nada de particular para resistiros, porque el país no está hoy con las exageraciones, no está hoy con las aventuras; el país no quiere más que libertad, sí, pero con orden y sosiego; orden y sosiego, que bien lo há menester después de las perturbaciones porque viene pasando; orden y sosiego, sin lo cual no hay libertad. ¡Así entendéis vosotros la libertad! Qué, ¿queréis la libertad sin sosiego? Pues no es libertad, como no hay orden sin libertad; el orden sin libertad no es orden. Pero los unos queréis la libertad sin el orden, y los otros el orden sin la libertad (Varios Sres. Diputados: No, no), y nosotros queremos la libertad y el orden. Para conseguirlo es para lo que estamos dispuestos a sufrir y a vencer vuestros empujes y vuestras luchas.[80]



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